No hay nada más tentador para un gato que un hueco oscuro y estrecho por el cual parece imposible aventurarse.
Analicemos las posibilidades ocultas que ofrece a un gato semejante recoveco:
- Es oscuro.
- Está inexplorado.
- Probablemente sea muy estrecho.
- Lo más seguro es que esté muy sucio.
- Sus prometedores nuevos olores sobrepasan la mera tentación.
Seguramente este "hueco" llevaba mucho tiempo ahí, pero hasta ahora, por algún motivo desconocido, no me había percatado de su existencia.
¿Cómo es posible? He pasado incontables veces por la cocina, el territorio favorito del "gran gato"; lo he explorado, requeteolido, marcado, (cuando no está él claro)… Y nunca antes lo había visto.
Sin embargo estaba ahí, ante mis ojos, ese huequito prometedor al lado del lavavajillas.
Un día me decidí.
Todo estaba a mi favor: la casa vacía, la puerta de la cocina abierta… y mi instinto gatuno al máximo nivel. Así que me no esperé más y me aventuré a la exploración del nuevo hueco.
Las experiencias de mi investigación fueron muy diversas y tan extremadamente intrépidas que no dispongo de palabras para poderos describirlas.
Después de unas deliciosas horas de espeleología en el hueco, y antes de que volvieran los "gatos gordos" de sus actividades en el exterior del territorio, volví a mi estado de reposo habitual en el cesto, disimulando y seguro de que nadie se percataría de mi nuevo descubrimiento.
Pero hete aquí que no hay delito que quede impune y en este caso no iba a ser menos. Nunca hubiese sospechado que mi bello pelaje blanco, del que tantas veces me he mostrado orgulloso, fuese el que delatase mis fechorías.
Y es que como efecto secundario de mi investigación, al arrastrarme sigiloso por el sucio hueco, mi pelaje había tornado a un gris sucio.
Los gatos gordos se disgustaron mucho con mi suciedad, creo yo, y que no es que a mi me parezca tan grave, y después de largas pesquisas y deducciones, descubrieron mi hueco secreto.
A partir de este punto, el relato se torna para mi en un misterio.
Donde antes hubo olores interesantes y prometedores vestigios de exploraciones profundas, surgió una barrera invisible que los hizo desaparecer de la noche a la mañana.
Y aunque mi visión, de la que también me fío, me mostraba el camino al interior de mi hueco, esa barrera invisible, de repulsivo olor a cebolla, se levantaba ante mi, inexpugnable, y mi nuevo descubrimiento.
Ahora que lo recuerdo, este repelente olor siempre estuvo presente en todas mis incursiones a la cocina, y en mi sabiduría gatuna había decidido ignorarla y pasar de largo. Es por esto por lo que creo, que es este el motivo por el cual durante tanto tiempo, no me había percatado antes de la existencia de aquel apasionante hueco.